Los ojos de la guerra
Los ojos de la guerra. Gervasio Sánchez en Belchite
Presentación libro-objeto

Quince palabras sobre Gervasio Sánchez,
o por qué Goya no hubiera sido un fotógrafo de guerra.
Uno. Espejismo. Entramos por la puerta del campo como si fuera el de un decorado para una película de las que se rodaban en Almería en la época de esplendor del spaghetti western. Pero ni el calor era abrasador, ni Zaragoza es Almería. Belchite. Hay ciudades que llevan la historia cosida en la partida de nacimiento, como un tatuaje color pólvora, un resplandor extraño. Belchite acogió el verano pasado la exposición Los ojos de la guerra, una forma de enlazar las ruinas del pueblo que Franco quiso que sirviera de escarmiento (y que ahora sirve de recuerdo del espanto, del fratricidio, de lo que una guerra, y más una guerra civil, desencadena), y las estampas de la vida y de la muerte que Gervasio Sánchez captó en Sarajevo, en la guerra de Bosnia. Una forma de recordar que hacía ochenta años que había terminado la Guerra Civil Española… (…)
Cuatro. Fragmento. No siempre somos capaces de captarlo todo, de saberlo todo, de comprobarlo todo. La búsqueda de la verdad es una flecha en el tiempo que tiene que ver con la perseverancia, con la honestidad, con la capacidad de escucha, con el respeto. Con la necesidad imperiosa de prestar atención, de guardar silencio… (…)
Doce. (…) …Mi primera impresión cuando llegué a Sarajevo el verano de 1992 fue como si, a través del túnel del tiempo, hubiera desembocado en el Madrid de 1936, en plena Guerra Civil Española. En Belchite, con las fotografías en blanco y negro de Gervasio Sánchez, que en algunos casos incluso vi tomar, era como si esas figuras asomadas a la ventana, saliendo apresuradamente con lo puesto, niños jugando en un asueto de los francotiradores o artilleros, fueran nuestros antepasados, nuestros abuelos, sufriendo en su propia carne lo que ahora veíamos ante nuestros ojos, lo que Gervasio Sánchez ha insertado en estas ruinas para que veamos cómo todas las guerras se parecen, y cómo cada una de ellas es distinta, porque cada víctima merece ser escuchada, cada biografía merece ser narrada. Y hacer preguntas pertinentes e impertinentes, sin cesar: ¿Qué es una guerra? ¿Cuánto vale una fotografía? ¿Cuánto vale un vídeo? ¿Cuánto vale una palabra? ¿Qué vale más? ¿Cuánto se necesitan las palabras y las imágenes? ¿Para qué carajo sirve el periodismo? ¿Qué perdemos y qué ganamos con este oficio? ¿Qué haríamos si volviéramos a nacer? ¿A quién le importa?…
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